Al igual que en “Garden party”, el cuento de Amparo Dávila que leímos la vez pasada, ahora en “Griselda” nos encontramos con personajes que deben enfrentarse a la misma pérdida, la del ser amado, pero en distintos momentos de su vida. Y es esta diferencia entre las edades la que llevará a cada una a reaccionar de forma distinta.
En los extremos se encuentran Martha y su madre. La primera perdió a un novio muy joven, pero la fuerza de su juventud y la ligereza de los lazos afectivos a esa edad la han llevado a sobreponerse pronto al dolor y ha sido capaz incluso de inciar una nueva relación.
La segunda, por su parte, ante la muerte de su marido, recién acaecida, en su edad madura, parece querer enterrarse en vida y se aleja de todo y de todos encerrándose en el pequeño pueblo de San Jerónimo, donde Martha se siente asfixiada: una joven no puede compartir la pena de una mujer más vieja.
El caso de Griselda es otro: aunque ahora es una mujer mayor (podemos presumir que de una edad semejante a la de la madre de Martha) perdió a su marido siendo aún joven y hermosa y siendo él aún joven y atractivo. Estas acotaciones sobre la belleza vienen a cuento porque la pérdida de Griselda no fue sólo amorosa, sino también sexual. El amor de Martha y su novio era inocente, como el de dos hermanos, y el de sus padres ya había encontrado la castidad de la edad madura. Griselda, en cambio, estaba en la flor de la edad y aún después de tantos años recuerda la belleza de su marido y su propia belleza perdida, representada en sus extraordinarios ojos, que aún en un retrato llegan a impresionar a Martha. Por ello el acto cometido por Griselda tras la muerte de su cónyuge se puede comparar con una autocastración, una renuncia total al placer que ya no se puede compatir con el amante fallecido. Si la muerte le arrebató la fuente de su placer, no tiene caso conservar la propia sexualidad y la única respuesta puede ser la mutilación del propio cuerpo.
Otra historia en la que una mutilación femenina equivale a autocastración debida a la pena de la pérdida del objeto de amor la podemos encontrar en “Los ojos rotos (Historia de aparecidos)”, el primer cuento de Modelos de mujer de Almudena Grandes.
¿Cuál es su lectura de “Griselda”? Compartan su opinión con nosotros y sigan al pendiente de Lectores a Fondo, donde leeremos más de los Cuentos reunidos de Amparo Dávila. Continuaremos con “El último verano”.
De la primera pérdida que nos percatamos es su capacidad para comunicarse con los demás: no logra establecer un diálogo coherente ni con el taxista que lo lleva a la casa donde tiene lugar la fiesta; ni con el hombre que recoge las invitaciones a la entrada; ni con su amigo Óscar, más preocupado por el futuro de Rogelio que él mismo; ni con cualquiera otro de los invitados, para los que no es más que un triste payaso. Esta imposibilidad de comunicarse, que se centra, por supuesto, en el lenguaje, es llevada al texto de dos formas distintas por la autora. Uno es el lenguaje hablado de Rogelio, desarticulado y entrecortado con hipidos a causa de su embriaguez. El otro es un recurso más gráfico y de uso más extendido: presentar en letras cursivas y sin signos de puntuación los pensamientos de Rogelio, en un monólogo atropellado para reforzar su aislamiento. ¿Les parece que los dos estilos de escritura cumplen su objetivo?
Podemos empezar por los personajes de la historia. Los principales son dos mujeres: una bruja y una princesa. La bruja es hermosa y joven y tiene un nombre cuyo solo sonido recuerda la musicalidad de un conjuro: Shábada; se encuentra en la plenitud de sus facultades y experimenta consigo misma las pócimas que elabora a partir de yerbas, cortezas, semillas, para, entre otras cosas, conservar su belleza. La princesa, por el contrario, se encuentra bajo un hechizo que la tiene sumida en la melancolía y los poderes de la bruja se le hacen evidentes en la tersura de su cutis, comparada con su propia belleza robada de la que sólo le ha quedado un vago aspecto de muñeca antigua. Entre ambas hay un reconocimiento inmediato y Shábada no puede evitar preguntarse si habrá conocido a la otra mujer en otro tiempo (antes, quizá, de que fuera embrujada, cuando tenía la belleza indudable de la protagonista de una historia romántica).
De la misma forma, quizá no sería del todo correcto decir que la historia incia en un sueño y después de cierto punto continúa hacia la realidad. Acaso todo sea sueño. Un sueño dentro de otro sueño dentro de otro sueño dentro de... O, más aún, quizá lo que a simple vista parece sueño sea la realidad y viceversa. ¿Cómo es posible distinguir cuándo está despierta la protagonista y cuándo está soñando? (Otra protagonista sin nombre perdida en un mundo de sueños, como en el anterior cuento que leímos de 

