Club del Libro

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miércoles, 20 de abril de 2011

Árboles petrificados

A diferencia de lo que ocurre en varios otros de los cuentos de Amparo Dávila que hemos leído con anterioridad, en “Árboles petrificados” (historia que da título al libro que fue galardonado con el Premio Xavier Villaurrutia en 1977), la presencia de la muerte no es literal, sino una metáfora para representar, en éste caso, a la vida que llevan los personajes, la cual sienten ajena, que no les pertenece, como si en realidad no la vivieran.

Los personajes del relato son mostrados casi como fantasmas: sin nombres, deambulando sin barreras por el tiempo y el espacio, pero sin una verdadera presencia física. La narradora-protagonista refuerza esta percepción pues nunca parece ver a los otros personajes, sino sólo oírlos, sentirlos, imaginarlos.

Es reiterado además en la narradora el pensamiento de no pertenencia, de estar donde no se debería estar, haciendo lo que no se debería hacer; así, la culpa juega también un papel importante. Decíamos arriba que los personajes parecen fantasmas, pero quizá sea más correcto compararlos con almas en pena, que vagan en busca de la redención de sus pecados. Y resulta claro que las ideas de religión y pecado se encuentran muy presentes en este relato, en el que el adulterio es un tema muy importante: el constante repique de las campanas, la iglesia, las manzanas, símbolo inequívoco del pecado original.

Al final los personajes no llegan a ninguna parte, son incapaces de hacerlo pues carecen de voluntad. Son todos como los árboles petrificados del título: existen, pero no viven.

 

Hemos llegado al final de nuestra lectura de los Cuentos reunidos de Amparo Dávila. En los próximos días sus votos decidirán cuál será nuestro siguiente libro. No olviden votar por su favorito y recuerden que en el Fondo todos leemos.

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